Mundo del espionaje

El mayor Martin, el espía que nunca existió

Un oficial inglés muere cerca de las costas de España, llevaba un maletín con documentos ultra secretos que los alemanes interceptaron. A partir de ese suceso comenzó una de las operaciones de inteligencia más brillantes de los aliados en la Segunda Guerra Mundial.




Era el 11 de Julio de 1943. Los aliados desembarcan en Sicilia. Se ha dado el primer paso encaminado a conseguir la liberación de Europa.

Pocos días antes del desembarco, una orden expresa de Hitler hace que las fuerzas alemanas sean desplegadas en varios puntos de la cuenca mediterránea, con lo que se facilitó el avance aliado por las tierras de Sicilia, salvando la vida de miles de soldados ingleses y estadounidenses.

Sólo al terminar la guerra se ha sabido que la rápida y victoriosa invasión de Sicilia se debió a una de las más brillantes maniobras diversivas de la contienda, en la que el cadáver de un súbdito inglés desempeño un papel importante, sin embargo, y lo más sorprendente fue que ese individuo, nunca existió realmente.

En noviembre de 1942, estaba a punto de consumarse la derrota italo-alemana en África  y las tropas aliadas se disponían a dar el siguiente golpe partiendo desde las costas de Marruecos y Argelia, donde se entrenaban para desembarcar en Sicilia. Mientras tanto, los alemanes procedían a reforzar los más importantes lugares estratégicos del Mediterráneo, consagrando una gran parte de su atención a levantar las correspondientes instalaciones defensivas en Sicilia.

La isla situada en la punta de la bota italiana entraba en los planes aliados como plataforma para la invasión del sudeste europeo. Pero en Londres no se abrigaban demasiadas ilusiones; el mando estratégico de las potencias del Eje no descuidaría la protección de Sicilia. La cuestión de cómo se podría evitar que las potencias del Eje convirtieran la isla en un baluarte inexpugnable, la resolvió el Servicio de Inteligencia Naval, con la propuesta de una maniobra diversiva.

La solución al problema consistió en una operación ingeniosa. Su objetivo, hacer creer a los alemanes que el propósito del desembarco aliado en 1943 tendría efecto en Grecia, cuando en realidad se haría en Sicilia, esta maniobra intentaba persuadir al alto mando militar alemán de desviar el grueso de sus fuerzas hacia la península helénica, en lugar de apostarlo todo en Sicilia. La operación sería una actividad de gran riesgo porque tendría que estructurar una actividad de engaño suficientemente coherente, convincente y verosímil para inducir a las fuerzas germanas a un cambio estratégico. 

Esta operación tenía que ser una maniobra indirecta, donde se lanzaría primero el alzuelo a las autoridades españolas, para luego atraer a los alemanes al engaño, en este sentido, la actividad de inteligencia se fundamentaba en dos supuestos: 

1.-Las Autoridades franquistas eran muy cercanas con la orbe nazi. pasan regularmente toda la información militar susceptible para ayudar a Berlín.

2.-Sabiendo los alemanes que el régimen español nunca les engañaría, se sentirían grandemente inclinados a aceptar como auténticas todas las informaciones proveniente de ellos.

La cuestión fundamental es cómo lograr una labor de engaño de tal envergadura, pues los alemanes son muy meticulosos y revisarían una y otra vez al detalle cualquier información para comprobar su veracidad. Aquí surgió una personalidad que ideó un plan que permitió convencer a los alemanes.

Ewen E.S. Montagu, en 1968
Ewen E. S. Montagu, de cuarenta años de edad, que había estudiado leyes en las Universidades de Harvard y Cambridge, era desde 1940 un alto oficial del Servicio de Seguridad de la Marina inglesa. El fue quien compuso el plan para llevar a cabo una maniobra sin precedentes. En 1968 fue entrevistado por la BBC en relación a tal operación:

»En 1942 -informa Ewen E. S. Montagu - , formaba yo parte de un pequeño grupo, responsable de la seguridad de nuevas operaciones, con la misión especial de confundir al enemigo respecto a las zonas de nuestros futuros desembarcos. Tan pronto como se iniciaron las operaciones en el norte de África  no me cupo la menor duda acerca de cuál sería el próximo campo de acción: la isla de Sicilia. Y lo mismo pensaría el Alto Estado Mayor alemán. El Mediterráneo es una superficie líquida relativamente pequeña, en forma de «ocho» a causa de los estrechos situados en su zona central. Considerábamos muy difícil, por no decir imposible, desembarcar en Italia, Francia o Grecia, sin antes neutralizar Sicilia con su pléyade de bases aéreas enemigas. Nos constaba asimismo que los hábiles generales alemanes serían de la misma opinión, y había que hacer algo para inducirles a creer que nos inclinábamos por lo más arriesgado.

Montagu, foto de la época
»La primera conclusión a que llegamos fue que la única posibilidad de inducirles al error consistía en hacer llegar a sus manos un documento de suma importancia, firmado por alguien muy bien informado sobre los planes de nuestro Alto Estado Mayor. El citado documento estaría destinado a confundirles, haciéndoles creer que Sicilia no entraba en nuestros cálculos como posible zona de desembarco; por otra parte, ellos estaban convencidos de que lo haríamos en Grecia. La única posibilidad de hacer llegar el documento a los alemanes era, naturalmente, por mediación de un enlace muerto. Y digo "naturalmente" porque de otro modo no resultaba fácil dirigirse a Hitler.

»En primer lugar nos dedicamos a la búsqueda del cadáver apropiado. Por des­dicha, no escaseaban debido a los bombardeos, pero teníamos el asunto de los familiares y otras circunstancias que no se ajustaban a nuestro propósito. Ade­más, estos cuerpos presentaban heridas, y tampoco respondían al plan general.»

Bernard Spilsbury
Montagu se dirigió al ilustre patólogo, profesor Bernard Spilsbury, pidiéndole consejo. Sir Bernard invitó a Montagu a su club, el distinguido Junior Carlton Club, y respondió a sus preguntas acerca de las características especiales que debería reunir un cuerpo caído en el mar, a consecuencia de un accidente de aviación, y que fuera llevado a tierra por las corrientes, después de llevar varios días en el agua. Spilsbury le explicó que el posible personaje del accidente - sin duda portador de un chaleco salvavidas - , podía perder el sentido por enfria­miento, y ahogarse. De todas maneras, el cadáver utilizado no debería presentar otras señales que las lógicas en este género de accidentes.

Entretanto, Montagu ordenó la búsqueda de un cadáver que se ajustara a las condiciones exigidas, es decir, alguien que hubiera fallecido de una enfermedad susceptible de confundirse con la anegación. Las pesquisas dieron resultado a fina­les del otoño de 1942: en un hospital londinense había muerto de neumonía un joven soltero de apenas treinta años.

Se depositó el cadáver en las instalaciones frigoríficas del hospital, donde se guardaría hasta
El Cadáver en el refrigerador de un hospital londinense
la culminación del plan Montagu, en el que el muerto desempeñaba el papel más importante.

El profesor Spilsbury confirmó que los pulmones de un fallecido de neumonía contienen líquido y que, incluso practicando la autopsia, se puede tomar por ahogo la verdadera causa de la muerte. Claro, que existe diferencia entre el humor corporal y el agua en los pulmones, pero un buen patólogo tropieza con serios inconvenientes para determinar la naturaleza del líquido.


Uniforme usado por W. Martin
como comandante de la
Royal Marines
Mientras tanto, se supo que los padres del joven eran patriotas dignos de confianza. Montagu se puso al habla con ellos y el matrimonio accedió a su misteriosa demanda, a condición de que el cuerpo de su hijo recibiera cristiana -sepultura, y que su nombre permaneciese en el anonimato. Se decidió nombrar al difunto mayor de la Real Infantería de Marina, ya que los miembros de este Cuerpo llevaban el mismo uniforme de combate que el Ejército, y así no hacía falta confeccionarle uno de la Marina. Además, los oficiales de Infantería de Marina prestaban a menudo servicio de enlaces. Sin embargo, constituían un grupo reducido y bien preparado, al que se confiaban misiones especiales, y todos sus miembros se conocían, al menos de nombre. Por eso se le asignó uno común y corriente: Martin; William  Martin. Sólo así no surgiría ningún contratiempo cuando un buen día se anunciara la muerte en acción de guerra del mayor le la Real Infantería de Marina, William Martin. Esta maniobra se tenía que llevar a cabo para redondear la confusión de los alemanes.

Mientras tanto - sigue diciendo  Montagu -  tuvimos  que  reunir  los  documentos  necesarios.

Naturalmente, nadie sale de su pais con un documento que se refiera a futuras operaciones de gran importancia, sin haber recibido instrucciones para destruirlo en caso de accidente.

»Teniendo en cuenta este detalle, redactamos una carta privada del jefe adjunto del Alto Estado Mayor al general Alexander que mandaba nuestras tropas en el norte de Africa. Dicha carta le permitía intormarle de la situación en general, y de otras indicaciones que apuntaran hacia nuestras futuras intenciones, hacien­do creer al enemigo que parte de las fuerzas desembarcarían en Grecia, y otras lo harían en Cerdeña, mientras algunos grupos tratarían de neutralizar las bases aéras alemanas en Sicilia.»

Mientras el Estado Mayor de operaciones combinadas sopesaba los pros y los contras de la proyectada maniobra diversiva, Montagu había perfeccionado su plan hasta el menor detalle. Presentado al Primer Ministro inglés Wiston Churchill, quien  lo aprobó inmediatamente, Una vez obtenido el permiso, Montagu eligió para la operación el nombre clave de “Mincemeat” (carne picada) entre los que había disponibles

El cadáver del comandante Martin sería lanzado en aguas meridionales españolas cerca del
Ruta seguida por el cadáver y la información del Maletín
estrecho de Gibraltar zona frecuentada por los aviones aliados en su ruta hacia África. A fin de que el cuerpo no fuese llevado a Gibraltar una vez localizado, se le dejaría próximo a la ciudad de Huelva, algo alejada de Gibraltar y donde se sabia que actuaba un agente alemán que mantenía excelentes relaciones con las autoridades españolas. Se supuso que éstas le informarían del hallazgo y le brindarían
la oportunidad de revisar los papeles encontrados en el cadáver.

Se encargó a una firma metalúrgica londinense la construcción de un contenedor, que transportaría el cuerpo del comandante Martin a bordo de un submarino hasta el litoral español. El cadáver envuelto en hielo seco, realizaría su último viaje,  de diez días en total. Con el objeto de evitar su descomposición, se hizo el vacío en el contenedor y se le instaló un extractor de gases.

La Siguiente preocupacíon de Montagu consistió en disponer el asunto de las fechas.

El plan se basaba en la caída de un hidroavión «Catalina». La invasión de Sici­lia había sido fijada para el 10 de julio de 1943 y, con objeto de dar a los españoles y alemanes el tiempo suficiente para examinar los documentos que llevaba el comandante Martin y deducir las consecuencias, el cadáver fue dejado cerca de  Huelva el 30 de abril, donde fue, rescatado el mismo día.

El cuerpo sería transportado en un submarino hasta el punto señalado para su lanzamiento al agua. Como quiera que el viaje duraría diez días, los preparativos deberían quedar listos el 19 de abril de 1943.

Archibald Nye
De acuerdo con el plan Montagu sir Archibald Nye, segundo jefe del Estado Mayor Imperial, dictó una carta a su secretario particular, quien la escribió a máquina y con el papel habitualmente empleado.

En esta carta privada, Nye manifestaba que Grecia y Cerdeña eran los verdaderos objetivos, y que la operación "Husky" nombre clave dado al desembarco en Sicilia  representaba una maniobra diversiva Exponía su creencia de que los alemanes caerían en la trampa, pues el asalto a Sicilia figuraba como obje­tivo de escaso interés.

Carta de A. Nye al general H. Alexander una de las dos cartas "ultra secretas" del Contenido del maletín del mayor Martin, donde muestra el supuesto cambio de estrategia de los aliados en el sur de Europa

Traducción de la Carta


Sin embargo, el comandante Martin, no sólo tendría esta carta, sino que, a pro­puesta de Montagu, llevaría una segunda, un escrito de su jefe supremo, lord Louís Mountbatten, jefe del Estado Mayor de operaciones combinadas, que mandaba directamente las fuerzas de infantería de Marina, dirigido a sir Andrew Cunningham, comandante en jefe de la flota del Mediterráneo.

Lord Mountbatten incluyó en su carta un párrafo jocoso: «...de paso podría traerse unas cuantas sardinas; aquí están racionadas». Con ello indicaba que Cerdeña (Sardinia, en inglés) sería el inmediato objetivo aliado.


Carta de L. Mountbattern, comandante en jefe de la Escuadra del Mediterráneo, dirigida al Almirante A. Cunningham, segunda carta que llevaba W.Martin, la traducción esta al lado derecho.


General  Harold Alexander
Norrnalmente, aquellas valiosas cartas, metidas en sus sobres -de formato corriente- habrían ido a parar a la cartera de bolsillo del enlace, pero cabía la posibilidad de que el cadáver, junto con la mencionada cartera, fuese entre­gado al cónsul británico de Nuelva, sin que nadie les prestara atención, cosa que en modo alguno se deseaba. Por lo tanto, se tenía que proporcionar al cadáver una cartera portadocumentos lo suficientemente llamativa. La casualidad contribuyo a arreglar las cosas. En Estados Unidos se preparaba una nueva edición de la obra Combined Operatiorrs, de Hilary St. George Saunders, que el general Eisenhower debía prologar. Se dotó al mayor Martin de una cartera portadocumentos muy llamativa, en la que además de las cartas mencionadas llevaba un ejemplar del libro, las correspondientes fotografías y un escrito de Mountbatten al general Dwight D. Eisenhower rogándole que, en interés la lucha común redactase un breve prólogo a la misma. Asimismo le manifes­de la que podía hablar abiertamente con Martin pues era persona de toda su confianza y estaba informado de muchas cosas.


Sin embargo, al decidirse dotar al cadáver de una cartera portadocumentos, surgió la cuestión
Almirante A. Cunningham
de si ésta se podría perder en el agua. Entonces se pensó en asegurarla con una cadena a la muñeca del cadáver, de la misma forma que la llevan los cobradores.

Con todo todo, las dos cartas, la cartera y el uniforme no bastaban para asegurar el éxito de la misión confiada al comandante Martin, o, dicho con más propied­ad, a su supuesto cadáver. Había que añadir otras menudencias de carácter personal para que no quedara cabo sin atar.

Y aquí surgió la primera dificultad real para Montagu y sus colaboradores. Pese al indudable desarrollo del arte fotográfico no digital de aquel entonces, resultaba imposible para la época, sacarle un buen retrato a un difunto. Por lo tanto, se imponía buscar a alguien que se le pareciese.

Montagu tuvo suerte. Después de varias semanas de búsqueda se encontró a un doble casi hermano gemelo del muerto. Se ideó un pretexto para hacerle una Fotografía; de pasaporte, y al propio tiempo se pidió a una joven taquimecanó­grafa del Ministerio de la Guerra que escribiera dos cartas amorosas al comandante Martin. La muchacha se llamaba Pam y se hizo ver que había conocido recientemente a William y que ambos no habían tardado mucho en declararse su amor.

Tarjeta Militar del Comandante Martin


La foto de Pam, la "novia" de W. Martin que llevaba entres 
sus objetos personales.
Además de las cartas y de una foto de Pam se incluyó en la cartera de bolsillo el joven la factura de un anillo de prometida -que había costado 53 £, y era de brillantes-, cosa normal, pues el comandante Martin había retirado 80 £ de su cuenta en el Lloyds-Bank londinense. Todo estuvo dispuesto para el 15 de abril 1e 1943. Suministrado el contenedor por la empresa metalúrgica, Montagu y su equipo se dirigieron al hospital, dispuestos a preparar al muerto. No resultó nada Fácil ponerle las ropas, debido a la rigidez. Hubo que deshelar las articulaciones de los pies, a fin de colocarle las pesadas botas. El comandante Martin estaba ya preparado. Como último detalle, se distribuyeron los objetos personales en  los, bolsillos de la guerrera, el pantalón y el capote; llaves, cuaderno de notas, paquete de cigarrillos, billetes de autobús, juntamente con dos entradas de teatro. El cuerpo de William Martin fue introducido en el contenedor, al lado de una buena cantidad de hielo seco. Para no llamar la atención de los tripulantes del submarino, el contenedor llevaba la inscripción «Instrumentos ópticos».

«Al fin  -dice Montagu - , todo estaba dispuesto. Cerramos el contenedor con la sensación de haber efectuado un buen trabajo. El interés del mismo radicaba en la gran cantidad de pequeños detalles que no se podían omitir. Precisamente en ello residía el atractivo de este trabajo. A pesar de las dificultades, teníamos la impresión de que todo estaba en orden. Pusimos el cadáver en una furgoneta y abandonamos el hospital. Al enfilar la calle, pasamos cerca de una muche­dumbre que hacía cola en la puerta de un cine donde hacían una película de espionaje. En aquel instante todos pensamo lo mismo, y creo que con mucho gusto habríamos dicho a la gente: "¿Qué importancia puede ofrecer esta pelícu­la? Tenemos algo mucho más interesante en la caja de nuestra furgoneta". De pronto nos echamos a reír, y no faltó mucho para que estrellásemos el vehículo contra una farola.

»Antes de emprender la marcha tomamos las debidas precauciones para que el viaje resultara lo más seguro posible. Gran parte del mismo habría de efectuar­se con los faros apagados, tal como prescribían las ordenanzas, por la cuestión de las incursiones aéreas enemigas. Sabíamos que si sufríamos un accidente, el contenedor sellado haría suponer que habíamos robado algo. Y, en caso de abrirlo y ver sólo un cadáver, aún serían rnayores las sospechas de que ocurría algo raro.
Holy Loch, Submarino "Seraph"

»Por fortuna, no se produjo el menor incidente. Llegamos sanos y salvos a Holy Loch, descargamos el cadáver y lo pusimos en una barcaza que lo llevaría a bor­do del submarino "Seraph". Dimos instrucciones al comandante Jewell de que inventase una historia verosímil por si la dotación se interesaba por el contenido del envase metálico. Una vez todo dispuesto, contemplamos desde el muelle la partida del submarino.»

El comandante N. L. A. Jewell, ya almirante, fue también entrevistado por la BBC, aquí, en un extracto de esa entrevista habla de aquella misión:

Almirante N.I.A. Jewel
"El 18 de abril, el sumergible estaba listo para zarpar con destino al Peñón (de Gibraltar). Nos hallábamos en la base, esperando la orden de partida.

Hacia las cinco de la madrugada vimos una barcaza que se acercaba al subma­rino. Una vez abarloada, embarcamos un contenedor metálico, que izamos a bor­do - medio de una pluma.

"Cambié unas palabras con los oficiales sir Ewen Montagu y sir Archibald Cham­ley, quienes  me habían hecho entrega del contenedor Entonces recibimos orden de zarpar Subí a bordo, cerramos las escotillas y pusimos rumbo a Gibraltar. Navegamos aguas abajo del Clyde y por el mar de Irlanda escoltados por varias unidades de la Marina, las cuales nos dejaron a la altura de las islas Scilly. Des­pués dirigimos hacia el golfo de Vizcaya y llegamos a sus aguas al amanecer del día siguiente.

Antes de partir se nos dijo que la ruta era segura es decir, que no había riesgo de que fuésemos atacados por nuestros aviones de modo que pudiéramos cumplir nuestra misión en las máximas condiciones de seguridad. Sin embargo, mientras navegábamos  por el golfo de Vizcaya recibí orden del Almirantazgo de variar la derrota y capturar varios barcos que se dirigían a puertos del norte de España. Emergimos inmediatamente para cumplir la orden, pero de repente nos vimos atacados por una escuadrilla de nuestros propios bombarderos "Hudson” Nos sumergimos rápidamente, permaneciendo un buen rato bajo el agua hasta considerar que había pasado el peligro. Antes de salir a la superficie, subimos a la altura del periscopio, para comprobar si podíamos seguir adelante con la segunda orden recibida. El cielo parecía despejado, pero, apenas emergidos, volvimos a ser atacados por un avión. Mandé navegar en inmersión, abandonando definitivamente la captura de los barcos enemigos.

»Nos dirigimos hacia la desembocadura del río Tinto, adonde llegamos con la luz del día. Marcamos nuestra posición y esperamos a que anocheciera. Después ascendimos a la superficie y nos acercamos al litoral, cuando de pronto avistamos un enjambre de barcas pesqueras. Ordené inmediatamente una nueva inmersión  Pasado un tiempo volvimos a la superficie tratamos de llegar cerca de la costa, y otra vez aparecieron unas barcas. Y vuelta a navegar con el periscopio a flor de agua.

»Emergimos lejos de las barcas y nos acercamos a la desembocadura del Tinto, hasta alcanzar la posición desde la que habríamos de lanzar el cuerpo al agua.

»Yo era el único miembro de la tripulación que sabía lo que encerraba el contenedor  Mis hombres creían que en el envase metálico había instrumentos óptimos  les dije que se trataba de una estación meteorológica automática, destinada a transmitir por radio datos relativos a zonas que no podíamos controlar de otra manera.

»Sin embargo, poco antes de llevar el envase a cubierta, tuve que decir la verdad a mis oficiales. Una vez alcanzada la posición correcta, ordené a los marineros que despejasen el puente. Sólo permanecimos en él dos oficiales y yo; los otros se fueron abajo, abrieron la escotilla e izaron el envase metálico hasta la cubierta. Abrimos el contenedor por uno (le los extremos y lanzamos el cadáver al mar, no sin antes comprobar que todo estaba en regla.

»Recitamos una breve plegaria en memoria del difunto y lo echamos al agua con precaución, desde la nave a medio sumergir Después ordené poner en funcionamiento los motores, a fin de que el cuerpo se alejara más rápidamente del submarino».

El cadáver es llevado a una barcaza.

En la mañana del 30 de abril, un pescador izó el cadáver a bordo de su barca y lo llevo a la playa de Punta Umbría, junto a la desembocadura del Tinto. El cuerpo, con su chaleco salvavidas y la cartera fue trasladado a una barcaza que lo condujo al puerto de Huelva. Mientras la Comandancia de Marina de dicho puerto examinaba la cartera portadocumentos y los papeles del muerto, el médico internista doctor Fernández Contioso procedía a efectuar la autop­sia Diagnosticó que el joven oficial británico había muerto ahogado, y que su cadáver llevaba cinco o seis días en el mar. Esto coincidía con la fecha de las dos entradas de teatro, que establecía la presencia del muerto en Londres el 22 (le abril; además, llevaba encima una cuenta del Casino Militar, donde residía en la capital inglesa, fechada el 24 del mismo mes, día de su partida.

Tumba de W. Martin con una placa
conmemorativa en agradecimiento a
sus altos servicios a los aliados,
en Huelva.
El mismo día en que se rescato el cadáver la agencia Morris & Haselden, repre­sentantes de la Gran Bretaña en Huelva, fue oficialmente encargada de gestio­nar los trámites pertinentes al entierro del cadáver. Francis Haselden, vicecónsul británico, se puso al habla con la Embajada de Su Majestad en la capital de España la cual encargó una lápida a la firma López, de Huelva. Al día siguiente, Haselden recibió la cartera de bolsillo del muerto. Por deseo de la Embajada inglesa, el vicecónsul arregló el sepelio del comandante Martin  - que se efectua­ría con los correspondientes honores militares - en el cementerio de Huelva.

En los centros del Almirantazgo, en Londres, reinaba la satisfacción que es de suponer.

El 30 de abril se emitió un radiograma desde Madrid, dando cuenta del entierro de un oficial de enlace británico llamado Martin, pero no se mencionaba la existencia de la cartera portadocumentos. Londres ordenó al embajador, sir Samuel Hoare, que se pusiera en contacto con el Alto Estado Mayor español para solicitar la entrega de la cartera; habìa en ella importantes documentos secretos, y debía insistir discretamente para recuperarla.

A la petición del embajador británico respondió Alfonso Arriaga, jefe del Estado Mayor de la Marina, manifestando que los documentos estaban siendo revisa­dos por las autoridades españolas, antes de entregarlos a la Embajada británica.

Un "Ju 52" de la Lufthansa donde se transportaron
las copias de los documentos del maletín de
W. Martin.
Sir Samuel Hoare transmitió a Londres la contestación de las autoridades espa­ñolas, y el Gobierno de Su Majestad apremió al embajador para que gestionara la devolución de los documentos. Una vez en su poder, debería mandarlos inme­diatamente a Gibraltar por mediación de un correo.

Entretanto, la cartera del comandante Martin seguía el trámite ordinario de la Comandancia de Marina de Huelva a la de San Fernando, y de ésta a la de Sevilla, desde donde fue remitida al Ministerio de Marina, en Madrid. Las misivas contenidas en la cartera todavía no habían sido abiertas, pero, como sus respec­tivos destinatarios eran relevantes personalidades, el jefe del
Embajada de Alemania en Madrid en 1943
Estado Mayor de la Marina española, Alfonso Arriaga, se puso en contacto con uno de sus amigos alemanes en Madrid, el capitán de navío Wilhelm Lenz alias Leissner, jefe del Abwehr en España. Apenas recibida la cartera en Madrid, Lenz la llevó a la Emba­jada de su país, donde las cartas fueron abiertas con gran esmero, y fotocopia­das. Mientras los expertos procedían al cierre de las cartas, el texto de las mismas se enviaba a Berlín por radio y, acto seguido un correo especial salía en avión con destino a Berlín, donde se comprobaría la veracidad de los documentos.

En este punto, Montagu había exagerado la meticulosidad alemana; en realidad, la investigación se limito a comprobar las fechas de los documentos personales del comandante Martin y los resultados de la autopsia efectuada por el médico español. Montagu había preparado direcciones en Inglaterra, para que los agentes alemanes pudieran continuar sus pesquisas. Así las cosas, Hlitler ya tenía en su residencia de Berchtesgaden la traducción de las dos cartas de interés, a la que se adjuntaba una nota redactada en esto, términos:

Negativo de la carta informando a Berlín
la captura de los documentos secretos
de Martin.
«Queda fuera de toda duda la autenticidad de los documentos capturados. Más tarde sabremos si el enemigo ha procurado que cayesen en nuestras manos - lo que no se estima probable -, o si en realidad se debe a circunstancias casuales. Es posible que el enemigo no tenga conocimiento de que los documentos obran en nuestro poder.»

Si los agentes alemanes que trabajaban en la Gran Bretaña hubieran continuado sus investigaciones, no se les habría pasado por alto la noticia de la muerte del comandante Martin, aparecida en el Times junto con la de los tripulantes de un hidroavión “Catalina” dado por desaparecido en el mar.

El vicecónsul británico F. Haselden dio prisa a la firma López, de Huelva, mar­molistas, para que terminasen pronto la lapida destinada al comandante Martin, con el fin de imposibilitar una nueva exhumación y autopsia.

Mientras tanto, los documentos originales encontrados en el cadáver estaban otra vez en España, y sir Samuel Hoare fue avisado de que podía recogerlo todo en el Ministerio de Marina. Al día siguiente, las cartas eran remitidas a Londres, donde se investigó si habían sido abiertas o no. Se comprobó, en efecto, que sí lo habían sido, aun cuando no presentaban otra señal de ello que una presión en seco efectuada en los sobres.

Las siguientes acciones de los alemanes demostraron que las autoridades espa­ñolas les transmitían cuanta información llegaba a sus manos, cosa que ya supo­nía el lntelligence Service.

Se había conseguido por completo el objetivo de confundir al Abwehr, y de rechazo al Alto Mando de
Traslado de la división acorazada
alemana de Italia.
la Wehrmacth El 15 de mayo de 1943, el Mando alemán transfirió del sur de Francia al Peloponeso a una de sus mejores unida­des acorazadas, la  1º División, y cinco días más tarde procedió a colocar tres campos de minas en aguas del Egeo, así como a la erección de defensas en el litoral del Peloponeso.

Poco despúes el mariscal Keitel en persona ordenó el envío de fuertes contin­gentes acorazados a Córcega, así como un reforzamiento de las defensas de Estos movimientos contribuyeron al debilitamiento de Sicilia en cuanto defensivos hasta el punto de notarse sus efectos desde el primer desembarco aliado. Tras la lectura de los documentos que llevaba con­sigo el comandante Martin, se efectuó un cambio de orientación en la estrategia alemana por el que se reforzaron los lados norte y oeste del triángulo siciliano, pues en ellos esperaban el asalto de los aliados, una vez que éstos se apoderaron de Cerdeña.

El golpe aliado sobre la costa sur de Sicilia consterno al mando alemán, que al producirse el desembarco aliado no contaba en ella con más defensas que las patrullas normales de lanchas torpederas.


Incluso a las dos semanas del desembarco aliado, el mando supremo alemán ordenó al mariscal Rommel que se dirigiera a Salónica con objeto de supervisar las instalaciones defensivas realizadas en Grecia, y tratar por todos los medios de que fracasara un posible intento aliado de invadir el sudeste de Europa, que  en opinión de Hitler podría ocurrir en cualquier momento.     

Así culmina con gran éxito, la operación Mincemeat (Carne Picada) una maniobra diversiva que confundió a los alemanes. Fue un producto del genio de un equipo de hombres y mujeres, comandados por Ewen Montagu que adquirió los servicios de un agente de inteligencia inusual: William Martin, nombre supuesto denominado al cadáver de un persona que se mantiene en el anonimato, pero que nunca pudo haber imaginado que después de su muerte prestaría un servicio incalculable a la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial:

Equipo de la operación Mincemeat.
    
Referencias: Janutz Piekalkiewicz ,Grandes Guerras de Nuestro Tiempo, Edt. Bruguera, Barcelona, 1975. Wikipedía, BBC.UK, Pastor Pettit, Enciclopedia del Espionaje,Edit. Complutense. 1971.


Esta operación fue llevada al cine en 1956 con el nombre "El hombre que nunca existió" dirigida por Ronald Neamecon las actuaciones de Clifton Webb, Gloria Grahame, Robert Flemyng y Stephen Boyd





El 29 de octubre de 1996, luego de 53 años en el anonimato, se descubrió el verdadero nombre de William Martin, se llamaba Glydwor Michel, el falso espía inglés de la operación Mincemeat. 












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